lunes, 11 de octubre de 2010

LAS OLIMPIADAS Y LA POLÍTICA, UN MATRIMONIO NO DESEADO

Es una realidad, que no debería existir, pero existe. A lo largo de la historia, y en momentos coyunturales, la intromisión de la política en el deporte, ha sido inevitable, ha traído más elementos negativos que positivos para una actividad que por definición es pacífica y busca la armonía entre los practicantes y los espectadores.

Además de generar un buen estado físico, fama y reconocimiento para quienes la practican, y entretenimiento para aquellos que la siguen como espectadores.

Los Juegos Olímpicos, resultado y víctima de la política

Este matrimonio, inicio desde la antigua Grecia. Cuando Ifito, rey griego, consultó al oráculo sobre cuál sería la mejor manera de evitar las guerras y la peste que castigaban a Grecia, éste le aconsejo que reinstaurara las competencias ancestrales en honor a Zeus. Así nacieron las Olimpíadas que, salvo excepciones, se celebraron regularmente cada cuatro años entre el 776 A. C. y el 394 de nuestra era. Ya para ese entonces, era el Imperio Romano el que dominaba al mundo occidental, y en vez de los apacibles certámenes helénicos, institucionalizó como “deporte” las feroces luchas a muerte entre gladiadores, y demás espectáculos extravagantes que tenían lugar en el aún en pie Coliseo Romano.

Habría que esperar hasta 1896 para que el espíritu visionario del barón Pierre de Coubertin lograra poner de acuerdo a los líderes de la época en que era preferible competir en un campo de juego o en una pista que en un campo de batalla. Atenas, París, San Luis, Londres y Estocolmo fueron los escenarios de las primeras cinco olimpíadas modernas, sembrando la semilla de la fraternidad entre los pueblos y viendo cómo daba fruto. Pero algunos no pensaban igual.

La Primera Guerra Mundial no solamente impidió la celebración de las justas que se llevarían a cabo en 1916, sino que sentó el precedente para que a partir de la reanudación de los olímpicos, en 1920, vencedores y vencidos utilizaran a sus delegaciones deportivas como instrumentos de propaganda. Los ánimos se fueron caldeando en los juegos de Amberes, París, Ámsterdam y Los Ángeles, de tal modo que para la cita en Berlín, en 1936, el régimen nazi de Adolfo Hitler aprovechó cada uno de los eventos para destacar la supuesta superioridad de la raza aria, que tres años después llevó a la humanidad a la más espantosa carnicería desde que nuestros antepasados se bajaron de los árboles y comenzaron a caminar en dos patas.

Los millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial no fueron suficientes para que aprendiéramos la lección. Desde que se restablecieron las competencias, en 1948, éstas se volvieron un escenario propicio para la Guerra Fría y para los conflictos religiosos y raciales.

Así, los estadounidenses y sus aliados, por un lado, y los soviéticos, los países de la Cortina de Hierro y los del sudeste asiático, por el otro, convirtieron cada edición de los Juegos Olímpicos en un pulso para medir fuerzas entre capitalismo y comunismo.

Además, la mitad de las delegaciones no estaban conformadas por deportistas, sino por espías. En México ‘68, los atletas estadounidenses son despojados de sus medallas por hacer gestos de apoyo a las Panteras Negras durante la ceremonia de premiación. En Múnich ‘72, terroristas palestinos secuestran y asesinan a once integrantes del equipo olímpico de Israel, y en represalia, el gobierno de Golda Meir ordena una sangrienta operación de venganza que se extiende por años, y en la que mueren tanto culpables como inocentes.

En 1976, el dictador de Rumania, Nicolae Ceausescu, transforma a la múltiple campeona de gimnasia en los juegos de Montreal, Nadia Comaneci, en un símbolo del poderío del deporte dentro del sistema comunista frente al decadente modelo occidental.

En el 79, la Unión Soviética invade Afganistán, y de inmediato, el presidente norteamericano Jimmy Carter anuncia que los Estados Unidos no participarán en Moscú 1980.

En el 83, el dirigente soviético Yuri Andropov, sucesor de Brezhnev, se desquita y declara que los deportistas soviéticos no estarían en Los Ángeles 1984. El enfermo líder del Kremlin y ex director de la temible KGB no vivió para verlo, pero su orden de boicot se cumplió al pie de la letra. Como si estos hechos vergonzosos fueran pocos, durante todo este tiempo, Sudáfrica estuvo al margen de los olímpicos y de la mayoría de competencias mundiales por mantener su odiosa política segregacionista conocida como apartheid.


1 comentario:

  1. LO MAS IMPORTANTE ES QUE EL OPORTUNISMO POLITICO NO SUPERE EL ESPIRITU DEPORTIVO, QUE TODOS LOS QUE PRACTICAMOS ALGUN DEPORTE TENGAMOS COMO META EL OBJETIVO POR EL CUAL VIVIMOS Y DISFRUTAMOS DE ESTA ACTIVIDAD , NO IMPORTA A QUE NIVEL LO HACEMOS(AFICIONADO O PROFESIONAL)

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